El barrio de Monte Castro superó los 310 años de existencia. Cierto es también el hecho que, desde sus orígenes, en algún momento del Siglo XVIII las tierras que en primer término correspondieron a la familia Fernández de Castro pasaron a manos de los Córdova, quienes preparaban a las tropas militares y las organizaban, pero manteniendo la nomenclatura de “montes de Castro” a esta comarca.
Esta introducción histórica lleva a una gran interrogante: ¿Por qué este barrio que tiene tanta historia detrás, y que desde 1968 es legalmente considerado como Monte Castro, no tiene el reconocimiento que sí lograron desarrollar otras zonas, caso Villa Devoto o Floresta, entre otros?
La respuesta obliga a seguir en una búsqueda histórica que dilucide esta cuestión. Los sucesos acontecidos en el Siglo XVIII y que perduraron en el XIX, generaron una importancia en esta zona que ya poseía, con su nombre, una de las toponimias más antiguas de toda la franja oeste de lo que hoy es Capital Federal e incluso parte del conurbano bonaerense, conjuntamente con la avenida Gaona. Es decir, que hace más de un siglo, Monte Castro era tan reconocido como cualquiera de los barrios más mencionados de la Capital Federal de hoy en día.
Pero algo ocurrió en el medio de esta historia.
Consultadas varias inmobiliarias de la zona, dieron su veredicto al respecto confirmando que “es más vendible una propiedad que figure como Devoto que como Santa Rita o Monte Castro porque la gente sabe de qué parte uno está hablando al poner los barrios más conocidos”. La cuestión entonces es la de entender por qué dejó la población que se había conformado con un nacimiento de gran densidad en 1914 cuando, sobre el pasaje Albania, el gobierno les otorgó a 44 familias casa y comida, solo para preparar militarmente a los hombres de aquellas, que avasalle aquel nombre que era poderoso y de extensas dimensiones para dar permiso a esta realidad.
La respuesta no tiene que ver con quienes habitaban estos parajes. La explicación radica con la evolución tecnológica de finales del Siglo XIX y comienzo del Siglo XX. Sobre todo focalizado en dos aristas fundamentales.
EL primer eslabón para entender esto es el de la llegada al país de los ferrocarriles. Antes, la avenida Segurola era conocida como “el camino de Monte Castro”. Esta creación supuso un gran avance en el tema de las comunicaciones y del traslado de las mercaderías hacia la zona de los puertos y desde allí hacia los puntos de mayor urbanización del país. El público en general empezó a identificar las diferentes zonas a partir de las diversas estaciones. Esto generó que los barrios empezaran a hacerse de un renombre más fuerte superando las fronteras propias.
Uno podía estar en Ituzaingó pero aprenderse rápidamente que la estación Floresta era una en la que quien viniese desde el oeste con el tren Sarmiento podría bajarse.
Monte Castro no fue una zona de influencia considerada por quienes planearon la urbanización de ferrocarriles dado que en aquel entonces era un distrito esencialmente de chacras y estancias, sin gran densidad de población por kilómetro cuadrado. Esta región pasó a ser, cuando la comunicación empezaba a ser fluida en nuestro país, un sector que no contaba con el renombre de quienes no fueran de allí mismo.
El tranvía, dado las zonas de influencia de mayor cantidad de población, se construyó también lejos de un punto cercano o de acceso hacia Monte Castro, lo que generó otra desconexión en el intento por mantener latente la realidad de que aquellos Montes de Castro seguían estando de pie como desde 1703.
Pero no fueron los ferrocarriles los únicos colaboradores de esta situación. Leticia Maronese, fundadora de la Junta de Estudios Históricos del Barrio de Monte Castro, aportó, además de muchos de estos datos mencionados, otro de igual importancia a tener en cuenta: Monte Castro no tuvo una gran institución que la marcara para el resto de su existencia. Maronese fue contundente al decir que “si, por ejemplo, la cárcel de Devoto se hubiese construido en Monte Castro, al barrio, por lo menos por dicha institución, se lo reconocería más en cuanto al nombre propio de éste”.
Ejemplos que avalan esta explicación hay muchos. Al barrio de Balvanera se lo reconoce como tal, pero muchos creen que Abasto, Once o Congreso también lo son, cuando en realidad todos ellos pertenecen a la misma franja: la de Balvanera. Pero se los reconoce como fueron recientemente mencionados por construcciones importantes que llevan dichas denominaciones.
Como dato adicional, cabe destacar situaciones en las que se tuvieron que discutir con barrios linderos, aprovechando el desconocimiento de estas tierras por su verdadero nombre. La que hoy es la Plaza Montecastro (escrita así por estar mal tipeada al ser fundada) se tuvo que debatir arduamente con la posición de los barrios linderos, quienes proponían como nombre “La Porteña”, en alusión al primera máquina que se trasladó por la estación Floresta sobre las vías del Ferrocarril Sarmiento, que llevaba este mismo apelativo.
Monte Castro está creciendo y a pasos agigantados. Pero todavía falta que ese trabajo quede respaldado por un nombre que tenga la impronta que se merece y que su historia demanda.