Revistas de Monte Castro


Revista Nº 68


Revista Monte Castro Nº68

NOTAS:


Di Placido

Leonel Di Plácido, una de las promesas de All Boys, contó su experiencia futbolística en el barrio, que comenzó en CANBA
(San Blas y Bernaldez) y que llegó a su punto máximo con el debut en Primera en este último semestre del Albo.


Ya casi nada queda de ese “Mochi” (apodo que tenía de chiquito, cuando movía la pelota en CANBA), porque hoy es un veinteañero crecido y maduro. Leonel -incluso con pocos partidos en Primera- se volvió un jugador importante para All Boys y promete dar mucho más en la institución de Floresta. Al igual que todos en el plantel, espera ansiosamente la vuelta a la máxima categoría del fútbol argentino, y por eso Di Plácido pidió “pensar rápido en subir y acomodarse como sea”. Un pibe del barrio.

¿Estuviste siempre por Monte Castro? ¿Notaste cambios desde que eras chico?
Sí, la verdad que sí. El barrio siempre fue creciendo.

¿Cómo definirías tu paso por CANBA?
Un paso muy lindo porque era chiquito. Ahí jugaba con mis amigos y me iba a divertir, fue el lugar en donde me formé y empecé a crecer.

¿Qué es lo que te llevás de tu experiencia en el Baby?

Me quedo con muchos recuerdos. También con todas esas cosas, todos esos sueños que tiene uno cuando es chiquito, que, por suerte, hoy se me están dando a mí.

¿Te costó el cambio del club de barrio a All Boys?

No, porque la actividad era paralela. Mientras hacía en CANBA, también hacía infantiles en All Boys, en donde hace diez años que estoy jugando.

¿Qué sentimientos tenes con el barrio? Siempre estuviste cerca…

Los más lindos, porque es un lindo barrio y es muy tranquilo. Tiene todo lo que necesitás.

¿Cuáles son las diferencias más notorias entre el Baby y la cancha de 11?

Es muy distinto, son más jugadores y es otro ritmo, otra técnica. Además, la cosa pasa a ser mucho más seria.

¿Siempre jugaste en la misma posición?

No. En infantiles solía jugar de delantero, me pasaron a ser volante por derecha y hace tres, cuatro años, que estoy jugando como lateral derecho.

Te diste un lujo que no todos los jugadores pueden darse, el hecho de haber convertido tu primer gol en Primera, y encima, en tus primeros partidos…

Sí. Ya venía entrando en algunos partidos desde el banco y tener mi primer partido como titular y encima convertir un gol, es algo que no se da todos los días. Por suerte se me dio y lo pude cumplir.

Allí se lució el grupo Kurmis, con el director Hernán Andreadakis a la cabeza, y sus otros integrantes: Patricio, Mery, Gimena y Christian.

Compromiso Barrial invita a todos aquellos vecinos y voluntarios a participar de la actividad escribiendo a  
compromisobarrial@buenosaires.gob.ar

El programa pertenece a Construcción Ciudadana y Cambio Cultural y, como señala el Gobierno, pretende  “fomentar el respeto por las normas de convivencia, con el fin de lograr cambios culturales que mejoren la calidad de vida de todas las personas que habitan y transitan la Ciudad de Buenos Aires”.

¿En quién pensaste cuando viste que la pelota movía la red?
Nada. Pensaba en mí y en mí familia y en los hinchas. Porque justo me tocó de local y ver a toda la gente festejando mi gol, gritando y emocionada, fue muy lindo.

¿Qué papel jugó tu familia durante la transición de jugador de Baby a jugador profesional?

El más fundamental de todos. El de bancarme, de seguirme, de llevarme a todos lados. Mi papá y mi abuelo me venían a ver a todos lados pese a no ser nadie todavía. Estuvieron siempre y son muy importantes para mí.

Ricardo Rodríguez te tuvo mucha consideración en estos últimos partidos de All Boys, justamente en un momento más que complicado para el equipo…

Sí… Es algo lindo que confíen en vos y te vean bien a pesar de la situación difícil que pasa el equipo, que te ponga y que te dé su apoyo es algo fantástico. Le estoy muy agradecido.

¿Cómo manejas la ansiedad siendo tan chico?

Ya estás acostumbrado, este deporte es así todos los años. En un plantel así, tenes a los mayores que te alientan y te bancan para que no te pongas nervioso y tampoco te mate la ansiedad ni la presión.

Desde tu mirada de recién ingresado en el fútbol profesional, ¿qué debería hacer All Boys de cara al futuro?

Debería reconstruirse desde lo futbolístico y lo institucional. El club tuvo unos pasajes muy feos a los que tampoco acompañaron los resultados y por eso es que se llegó al descenso. Pero ahora hay que pensar en subir rápido y acomodarse como sea.

¿Crees que con el torneo de 30 equipos tienen chances de estar nuevamente en Primera?

Ese es el objetivo. Se dio esto de que en seis meses podemos volver a estar en Primera, así que vamos a ir por eso, que es lo que queremos todos.

Alberto Milstein, integrante de la Secretaría de Finanzas de la Asociación, contó sobre la idea de incorporar a los bancos Provincia y Credicoop para la obtención de descuentos con tarjeta. Toda una innovación, Monte Castro crece.

Monte Castro se encuentra en constante crecimiento, y tras el éxito que significaron los descuentos con tarjeta de Banco Patagonia, la Asociación de Comerciantes va por más: están muy encaminados los acuerdos con Banco Credicoop y Provincia, y se espera que éste último ya pueda funcionar a partir de julio. Alberto Milstein se calzó la misión al hombro y contó cómo fue el contacto: “Por expresa disposición de la Presidenta, me encomienda formar una Secretaría, la de finanzas, y cuenta la idea de la incorporación de bancos al centro comercial.

Consideré que había que ir a instituciones importantes y fuimos al Banco Provincia y al Banco Credicoop. Hablé con los gerentes de cada Banco y se podía decir que llegamos a un pre acuerdo: con Banco Provincia posiblemente se cierre para los primeros días de junio. Habría dos chances, una de obtener el 10% y tres cuotas, y otra con el 15% y seis cuotas. Es un logro para nuestro centro comercial”.

Milstein también manifestó que tener descuentos con tarjetas sería un “aspecto que deberían incorporar todos los centros comerciales a cielo abierto”, ya que en el caso de Monte Castro, “se cubrirían los cinco días de la semana, porque Provincia nos da la posibilidad de tener lunes y miércoles, los jueves está Patagonia y los martes hay descuentos en efectivo. Sólo quedaría el viernes, que también puede combinarse con el martes con tarjeta de Credicoop”.

Por último, Alberto adelantó que habrá convenios con más bancos para duplicar las posibilidades del centro comercial de Monte Castro. “Los comercios miran con buenos ojos esta decisión porque ya es una actitud que ya se naturalizó."

A medida de que se incorporen otros bancos, va a ser mucho mejor: estamos en stand by con el Macro, con el ICBC y con el Francés. En todo esto está el respaldo de la Asociación, estamos trabajando bien y para todos”, finalizó.

Alberto Milstein

Los Segundos y Cuartos miércoles de todos los meses en el espacio del Centro de Salud Nº 36 ubicado en Mercedes 1371 (al lado del Polideportivo Pomar) de 10 a 11:30 hs se abre un espacio de encuentro grupal para compartir, disfrutar y mantener activos el cuerpo y la mente.
La actividad es gratuita y no se requiere inscripción previa.

Encuentros Recreativos
Ganador 1er Premio CONCURSO DE NARRATIVA RECORDANDO “MONTE CASTRO”

La sortija de Roberto, de Luis Duarte

Fernando se pone los auriculares y entra a la galería. En el fondo está la calesita de Don José. Escucha la suerte de su All Boys querido mientras camina mirando las baldosas. A pesar de salir poco a la superficie, empleados de otros comercios lo saludan porque hace cuarenta años forma parte del paisaje de Monte Castro; el mismo tiempo que la calesita da vueltas en el barrio y que Fernando convive entre los mortales.
Quienes lo conocen, ya saben que él no intenta hacerse amigo de nadie, mucho menos, caer simpático. Está allí porque juega su equipo favorito y necesita un lugar para sufrir sin que lo molesten. En los entre tiempos de los partidos suele hojear revistas de chimentos que están sobre una mesita, junto al caballo de madera rojo.
Don José, el calesitero, tiene el porte de un quijote barrial y la contextura de un jockey. Merodea los ochenta y sus ojos claros siempre buscan que ningún pibe esté triste o sin jugar.

Empieza el partido.
Fernando se sienta al lado de un grandote pelado. El tipo aplaude cada vez que su hijo pasa manejando la Ferrari. Fernando se come las uñas, aprieta los puños y a medida que transcurre el encuentro, patea corners, hace laterales, ejecuta tiros libres. Cuando la tienen los contrarios, balancea el cuerpo, se tapa con una revista y hace cuernitos. En cambio, cuando el Albo pisa el área contraria, se para como si estuviera sentado sobre un hormiguero, flexiona las rodillas, abre la boca, y una vez que pasa el peligro, se queda unos instantes así, en ese estado de vigilia amenazada. Don José le pregunta cómo va el partido y él le hace dos anillos con las manos. Se queda un rato pensando, se saca los auriculares y le dice:
—Don José, si hoy ganamos, me subo al tanque de guerra y no me bajo hasta que usted cierre—dice Fernando sonriente y retoma la audición.
—Ojalá, Amiguito —responde Don José y le acaricia la cabeza—, nada me hace más feliz que verte bien. Lo único que te pido es que no les saques los ojos a los caballitos como el domingo pasado.
—¡Usted, tranquilo! Es que a veces pierdo los estribos.
—Ya lo sé... pero, Amiguito, si por una de ésas, de casualidad, llegan a perder, recordá que es un juego, nada más.
—¡Cruz diablo, Don José, eso sería una tragedia!
—No, Amiguito, tragedia es tener hambre… Bueno, te dejo, avisame cuando hagamos el primer gol así nos abrazamos.
—¿De qué habla?... si usted es de Boca. Con esos colores la calesita parece una quermese.
—Ojo, Amiguito, con Boquita no... ¿estamos? Sólo quiero que gane el Albo por vos. Esperá, ahora vengo.
—Un minuto, Don José —dice Fernando y lo agarra de un brazo—, ¿me cuenta cómo fue que se le ocurrió poner la calesita? Ya sé... me lo cuenta siempre; pero usted sabe que me encanta escuchar la historia.
Don José se sienta a su lado y él se saca un auricular.
—De acuerdo. Un día me quedé sentado en una plaza, mirando jugar a los chicos... y me gustó. Esperé la oportunidad y aquí estoy, hace cuarenta abriles. Cuando la inauguramos,  seguro que vos usabas pañales.
—¿Y cómo la armó? ¿Lo ayudaron o lo hizo solo?
—Cuando vine, la calesita era vieja, no había juegos ni nada; después, despacito, con mucha paciencia, la fui renovando. Compré jueguitos, con mi hija hicimos dibujos en las paredes y le pusimos una lona para la lluvia. Años más tarde, coloqué este techo de policarbonato.
—¿Y por qué puso una calesita y no un kiosco o... no sé, una casa de comidas?
—Amiguito, la diferencia entre una calesita y un geriátrico es que, en un geriátrico, la  sortija no existe. ¿Listo, conforme? Vos seguí escuchando el partido, yo tengo que atender.
—Vaya tranquilo, pero prométame que hoy no va a venir ese Roberto a molestarme.
—¡Y dale con eso! El otro día te pedí que me lo mostraras y, cuando miré, no había nadie. Te recuerdo: no tengo problema en que te quedes acá, pero acordate que estoy trabajando.
—Usted no lo ve a Roberto porque esos lentes que usa perdieron contra Olimpo en Bahía Blanca... además él es muy ágil. Cuando intuye que usted puede llegar a mirarlo, se va corriendo por la galería como un rata.
El grandote pelado saca al nene de la Ferrari y se van. Una mujer se acerca con su hijo y le pide a Don José dos fichas de Metegol. Mientras él busca las fichas en el bolsillo y la mujer, plata en la cartera, Fernando le patea el culo al nene y grita que hay que hacer patear de nuevo el tiro libre porque la barrera se había adelantado. Don José lo reprende. Él le dice que no tiene la culpa. Pone las palmas hacia arriba, y agrega:
—Lo dijo Walter Nelson.
El nene llora desconsolado y se le caen los mocos. La mujer lo levanta, lo abraza, le palmea la espalda y, a la pasada, mira a Fernando que ha empezado a darle a las cutículas. Don José le pide disculpas a la mujer que, algo molesta, se va a jugar al Metegol con su hijo.
Termina el primer tiempo.
Fernando se saca los auriculares y lo ve.
¡Del otro lado de la calesita, dentro del pelotero, está Roberto, que lo mira fijo! Un sudor le recorre el cuerpo y se paraliza. Cuando pasa Don José, él tiene los ojos agrandados, el brazo como una flecha y con el índice señala el pelotero.
—Ahí lo tiene: ¡ése es Roberto!
—Amiguito, ahí no hay nadie. Tanto escuchar fútbol te va a dejar el cerebro con gajos. Esperá que le doy el vuelto a una mamá y te traigo caramelos.
Roberto se ríe y saluda con la mano a Fernando, que ha preferido seguir las alternativas del segundo tiempo con los ojos cerrados. La imagen del desconocido lo moscardea y no le permite concentrarse en el partido. Ahora, Roberto hace malabares con las pelotitas y después salta sobre ellas. Flota y se ríe.

Fernando siente que la risa del desconocido se mezcla con la voz del relator: penal para los contrarios. Agarra la revista y putea a la vedette que está en bolas en la tapa y que ha dejado de sonreírle como en el entretiempo. La carcajada deambula por sus órganos, aumenta su espíritu corrosivo, sopesa las formas y se llena de color.
Se instala en la mente de Fernando  como un okupa y no puede oír quién va a patear el penal.

Se golpea la frente con fuerza y la risa desaparece. Entonces, abre los ojos y Roberto no está… pero es gol.
—¡La puta que me parió!
Se levanta y le pega un puñetazo a la pared.
Los padres lo miran y los nenes no. Se acerca Don José y le pregunta qué pasa:
—¡Qué va a pasar: gol de ellos! ¿No le digo que a ese Robertito, usted lo tendría que rajar?: ¡es mufa! Y encima, este condenado lo grita como si se hubiera agarrado los dedos con la puerta.
—Bueno, bueno, Amiguito, todavía falta mucho. Podemos empatar en cualquier momento.
—Sí, pero primero tiene que darle el olivo a Robertito. Ya le dije, ¡es yeta!
—Amiguito, no le eches la culpa a la suerte. Antes de aprender a jugar hay que aprender a perder. Ganar siempre es un espejismo…
—Oiga, Don José, yo no sé qué caramelo se habrá olvidado de revisarle los de Bromatología, pero... ¿quiere que le diga algo?: me da la sensación de que usted habla en difícil para que los padres piensen que es muy culto.
—Lo que me decís no me afecta, Amiguito. Disculpame, ¿y vos cómo sabés que se llama Roberto?
—Me lo dijo él cuando jugamos contra Tigre. Usted, justo se había ido a poner las bebidas en la heladera. ¿Se acuer...? ¡GOOOOOL ¡ ¡GOOOOOL del albo, Don José! ¡Venga un abrazo! ¡No les dimos tiempo para festejar a esos pechofríos! Usted es un fenómeno. ¡Vamos, carajo, Albo viejo nomás!
Vuela la radio por el aire. Fernando estrecha al calesitero contra su cuerpo y le hace crujir los huesos en cuotas. Después, llora sobre su pecho, lo sujeta de la cintura y le pide perdón a gritos. Una mamá convence a otra, llaman a sus hijos que están en el tejo y se van.
La calesita se detiene y también la música. Un silencio vástago se sacude victorioso. Un señor que da vueltas con su hijo en el avión, los mira, mueve la cabeza y le dice al nene algo al oído.
Fernando levanta la radio y se sienta. Al rato empieza a darle tacazos al piso mientras grita ¡Uhhh…! Don José les sonríe a los curiosos y pasa a recoger los boletos de la próxima vuelta. Uno de los padres le pregunta si tiene algún problema, porque él es policía.
—No, gracias. Por suerte, hay lugares donde la Ley no llega, señor.
Fernando levanta la vista y se persigna. Le grita a la distancia:
—Don José, un gol más y le secuestro el tanque. ¡Quién le dice, a lo mejor doy un golpe de Estado y me quedo con la calesita!
Faltan diez minutos, más lo que adicione el árbitro.
Reaparece Roberto. Se sienta al lado de Fernando y le dice, Hola. Fernando no lo mira ni le contesta, pero intuye que los dos tienen la misma edad. El sujeto sostiene un oso de peluche que larga espuma por la boca. El pis recorre los muslos de Fernando, mientras el relator advierte que la barrera no guarda la distancia correspondiente. Cierra los ojos y oye otra vez el, Hola.
—Amigo, no voy a andar con vueltas —dice Roberto, en tanto Fernando se saca un auricular—: te paso la fórmula y juro que me voy. La cuestión es formar una sociedad secreta que no se apoye en sentimientos sino en una logia, cuyo elemento principal sea la Fantasía. Después ponemos las narices entre el Debe y el Haber para que piensen que nuestra lógica es la correcta. Cuando sólo queden en la sociedad esclavos y tigres, cataclismos y pestes fulminantes, entonces, será la hora de tomar el poder. A los que sobrevivan, los llevaremos a un islote y, con tu ayuda, les cambiaremos la forma de pensar. Al resto, lo quemaremos. Así, sentaremos las bases para una nueva sociedad. Ojo, no vamos a estar solos en ésta... Tengo seis amigos dispuestos a morir en el intento. Con vos seríamos ocho. Fijate lo que le pasó al pobre de Rockefeller por no rodearse de gente adecuada: murió sin poder llevarse el petróleo con él... pobre. Si lo que deseás es quedarte con la sortija, primero hay que convencer al Gran Patrono de los Actos Comunes, de que vas a compartir la buena suerte con tus semejantes. Bueno, Fernandito ¿Qué me decís?
—Que te olvidaste de afeitar al peluche —responde sin mirarlo y un poco más tranquilo.
Roberto se echa para atrás y se ríe. Cae espuma al piso.
—Me encantó tu salida, Fernandito. Este no es un peluche. Se llama Recabarren y es mi juguete rabioso. Lo tengo desde que usa pañales para mentir. Hay una hora de la tarde en que siempre está por decirme algo y nunca lo dice. Viste lo que pasa cuando algo te inhibe, ¿ no?
—¿Vos de dónde venís?
—Jamás me fui de Monte Castro. Desayuno en "Entre Aromas", almuerzo  en "Madrilia" y ceno en "El Fortín". Leo cuentos infantiles en "Cassasa y Lorenzo",  y uno que otro sábado entro a “Mi Yuyito” a oler las flores. A la noche, recorro las plazas y suelo sentarme al lado de los que están solos.
—¿Y a qué te dedicás?
—Antes escribía. Ahora lanzo llamas sobre algunas mentes curiosas.
—¿Por qué ninguno de los que están acá te pueden ver y yo sí?
—Es sencillo: vos tenés las coordenadas agarradas con un alfiler... digamos, los patitos en huelga. Eso te ubica en otra realidad, distinta a la de todos ellos. Ojo, ni mejor ni peor: distinta. En tu plano gobierna la más alta sensibilidad y tus pensamientos no están contaminados. Hace cuarenta años que venís acá, comés, escuchás a All Boys, dormís, y ya está: el día pasó. Otra cosa no sabés hacer. Antes te traían tus viejos, pero uno se murió cuando tenías veinte y el otro raspa la salida. Usaste el tiempo para costearte la soledad, Amigo. El surco que formaste en tu mente jamás se cruzó con nadie, sólo con Don José. Gracias a que accedés a ese plano, me ves y me oís. ¿Comprendido?
—Algo... ¿Y por qué querés que me sume a tus seis amigos?
—El domingo, cuando juguemos de local, te lo cuento. Ahora te dejo para que festejes tranquilo el segundo gol. Pensalo.
Luego de unos minutos, penal para All Boys. Fernando lo llama a Don José a gritos. Los dos apoyan la oreja en la radio y ponen las manos como garras. Gritan el gol fundidos en un abrazo interminable, mientras saltan en el lugar. Los padres arrastran a sus hijos y pasan junto a ellos sin despedirse.
Termina el partido.
Fernando mira cómo la figura de Roberto traspasa el policarbonato. Entonces, se sube al tanque de guerra y dispara para todos lados. Don José se tira cuerpo a tierra, levanta una mano y le pide que pare la balacera. Agrega:
—Amiguito, quiero vivir ochenta años más.